Yo soy un escritor amateur, esto es, de los que aún ponen el “yo” por delante cuando hablan o escriben, –porque ni tienen, ni quieren, un nombre célebre que lo sustituya. Sólo soy una voz. Y como tal, claro está, mi género preferido de escritura es el epistolar: cuando quiero ordenar un poco mis pensamientos escribo a un amigo. Luego, a vuelta de correo, éstos me dicen sin piedad (como amigos que son) si mis pensamientos van por buen camino o los tengo aún revueltos.
Dicho lo cual, no es de extrañar que me estrenase públicamente escribiendo a los periódicos para la sección Cartas al Director. Por lo general escribía sobre los asuntos que profesionalmente me preocupaban -la arquitectura y el urbanismo-, temas que, por su especificidad, me fueron llevando poco a poco a cambiar el formato de mis escritos desde la carta al artículo. Lo que no cambió, sin embargo, fue la gratuidad del método: salvo una o dos excepciones siempre he escrito y enviado los artículos sin que nadie me los pidiera ni me los pagara (amateurismo puro).
Los periódicos y revistas locales que no tienen apenas material mínimamente digno para llenar sus páginas, han celebrado por lo general mis envíos con su publicación, mientras que los periódicos o revistas nacionales, que tienen sobreabundancia de aspirantes a escritores con nombre, me los han devuelto cortésmente, o ni eso.
Ahora bien, así como con la escritura de correspondencia he ganado y mantenido excelentes amigos; con la escritura publicada en los medios locales, quitando los enemigos que he hecho, apenas he obtenido beneficio alguno. Y es que, según me ha enseñado la experiencia, lo que tiene que ver con lo “local”, casa mal con la escritura. Reflexionar sobre lo cercano, lo próximo, sobre el lugar donde uno vive, en vez de acercarle a uno a sus semejantes, lo que le produce es un severo alejamiento. “Ten cuidado con lo que dices, que va luego Juanito y lo pone en los papeles”, le dijo hace tiempo un arquitecto a otro delante mío, usando la ironía para decir la verdad.
La escritura me ha proporcionado grandes amigos en la distancia privándome de los próximos. Pero ese es un dato circunstancial que no tiene mayor importancia. La razón fundamental por la que creo haber escrito sobre la ciudad y el lugar durante estos años,ha sido para deshacerme de la fe y del santoral que la cultura oficial propone constantemente desde las escuelas y los medios de comunicación. Toda la escritura que he recogido en este libro es la narración de una lucha contra la actual cultura urbana, en la que he hecho del “lugar” mi bastión fundamental. A la ciudad de Logroño, le ha tocado ser mi trinchera, como le podía haber tocado a cualquier otro miserable trozo de tierra. Así que no tengo por esta ciudad especial cariño porque, como en toda trinchera, he sufrido en ella más penalidades que otra cosa. Y además, porque no creo que mi personal “batalla de Logroño” pase a los libros de historia.
De entre lo que he escrito, una buena parte tiene un carácter tan local que lo he apartado para un libro provinciano que me ha prometido editar el Colegio de Arquitectos de La Rioja. En otros muchos artículos me había ido alejando, incluso, de las cuestiones urbanas, para adentrarme en otros misterios humanos, como la enfermedad, el sexo, la sabiduría, la muerte, etc., etc., que no sé si algún día darán para otro libro. Lo que aquí traigo es un compendio más o menos ordenado y al alcance universal de los temas que más directamente tienen que ver con la polis . Poco a poco y casi sin darme cuenta, he ido tocando buena parte de los problemas que conforman eso que aún entendemos por ciudad, desde la ciudadanía hasta la escultura urbana, pasando por el tráfico o los profesionales de la ciudad. Cada artículo, aisladamente considerado, no es gran cosa, pero puestos unos detrás de otros con cierto orden temático, puede que hasta den que pensar y que ayuden a más de uno en su lucha particular contra las ideas establecidas.
Lo que estoy casi seguro es que divertirán, porque no creo que nadie encuentre en ellos (excepto cuando yo me haya equivocado) el ánimo académico de quien escribe para hacer carrera, ganarse un nombre o hacer un dinero. Son frescos como las lechugas y los tomates que traen aquí las verduleras del lugar, a veces hasta tienen tierra y hay que limpiarlos, pero seguro que hacen entre todos una buena ensalada. Que la disfruten quienes la lean.
Logroño, diciembre de 1999
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